ANÁLISIS

Copa Mundial Rusia 2018: las tensiones políticas se juegan en la cancha

¿Es el fútbol, el deporte con más fanáticos alrededor del mundo, parte de los mecanismos utilizados por los Estados para hacer frente a conflictos, diferencias o distanciamientos entre naciones?

Copa Mundial Rusia 2018: las tensiones políticas se juegan en la cancha

A través de los años, el fútbol en los mundiales se ha posicionado como un instrumento de representación del poder de una nación, y no solo desde la representación simbólica, es decir, la presencia de la bandera y del himno de un estado en territorio de otro sin que esto implique agresión a la soberanía. También desde la capacidad física y económica nacional, como la construcción de infraestructura, movilización de ciudadanos a las sedes de los eventos, e incluso el potencial de los equipos representativos. Hoy, a este instrumento se le conoce como diplomacia deportiva, una rama de la diplomacia pública en la que las naciones utilizan el poder blando (soft power, en inglés) para influir sobre la opinión pública y la población de un país extranjero. El fútbol así se ha vuelto el terreno en donde no solo se juega el balón en la cancha, y las controversias en torno al Mundial que se avecina lo confirman.

La historia está plagada de actos de diplomacia deportiva. Mao Zedong empleando la diplomacia del ping-pong, es decir, que utilizando a los jugadores de ping-pong estadounidense como embajadores de buena fe se logró un acercamiento entre la China comunista y Estados Unidos. Nelson Mandela sirviéndose de la diplomacia deportiva en el Mundial de Rugby en 1995 para tratar de superar la segregación racial, con el triunfo del equipo sudafricano en un deporte supuestamente de blancos. Y no olvidemos cuando la Unión Soviética faltó a los Juegos Olímpicos de 1984 con sede en EE. UU. como respuesta al boicot de los norteamericanos en los Juegos Olímpicos de Moscú, 4 años antes.

Es innegable decir que el deporte ha ayudado a perseguir fines políticos durante eventos de alcance internacional. En este sentido, el fútbol y la Copa del Mundo son la concretización de la influencia política sin el uso de la fuerza. Los países en esta Copa son representados principalmente por los equipos nacionales, y el resultado del marcador demuestra la capacidad de influencia que tiene la nación, además de que afecta directamente en cómo la percibe el resto del mundo. Es decir, que si un país potencia pierde ante un país en desarrollo, el primero se convierte en un país menos capaz de liderar la esfera internacional en el imaginario mundial, y el segundo adquiere prestigio y legitimidad.

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No obstante, el equipo no es el único que juega un papel importante en la diplomacia deportiva, pues existen otros elementos que se deben tomar en cuenta en la ecuación. Por un lado, el país sede tiene el deber de construir infraestructura adecuada para cada uno de los eventos, infraestructura que demuestra su capacidad económica y pone a prueba su capacidad de política interna. De manera que el desarrollo del mundial pone en tela de juicio la opinión que tiene el mundo entero sobre dicho país. Por otro lado, la afición que llega a apoyar a su equipo nacional es el reflejo de su cultura y también influye en la imagen del país. Sin embargo, ambos elementos son armas de doble filo para los gobiernos, pues en mucho caso la realidad interna se deja entrever a partir de los elementos que conforman la diplomacia deportiva.

Incluso este año, Alemania tomó medidas para controlar a su afición antes de que siquiera llegaran a Rusia. Como resultado de una operación de la policía y el Ministerio del Interior británico, se ha prohibido viajar a Rusia en fechas del Mundial a más de 1.200 personas denominadas “hooligans” con un historial de disturbios relacionados con el fútbol. Según los últimos datos, se han retirado 1.254 pasaportes que serán devueltos el 15 de julio con la clausura del evento.

Otro punto importante son las tensiones políticas que se ensañan o se desenlazan en la cancha y alrededor de ella. Desde la manipulación política de Benito Mussolini en el Mundial de 1934, sobornando a árbitros en la semifinal contra Austria; pasando por la victoria alemana en la Copa Mundial de 1954, victoria que le otorgó legitimidad ante occidente; la estrategia del dictador argentino Jorge Rafael Videla de destinar el 10% del presupuesto nacional a la organización del Mundial de 1978 para impedir los boicoteos de los países democráticos; la participación de Estados Unidos como organizador de la edición de 1994; y por supuesto, el proyecto francés de inclusión de minorías con un equipo “tricolor” también en el 94.

Todos ello­s ponen de manifiesto la relación entre política y deporte, relación que entrelaza los goles y la coyuntura internacional. El fútbol está inevitablemente politizado.

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Así, desde 100 días antes de la inauguración del Mundial Rusia 2018, ya se le ha considerado el más politizado desde Argentina 1998. En primer lugar, tenemos un país sede que ve una oportunidad de intentar demostrar su capacidad de líder y ganar legitimidad, a la par que quiere lavar la imagen negativa en la que está sumergida. Esta es una imagen construida a partir de que el Reino Unido culpó al Gobierno ruso de la muerte del agente Sergei Skripal y de su hija Julia. La Comisión Internacional de Investigación, así como los Países Bajos y Australia, acusan a Rusia de haber participado en el derribamiento del vuelo MH17 de Malaysia Airlines, el 17 de julio de hace 4 años. Para ennegrecer el escenario, se suman las tensiones por la anexión de Crimea, el apoyo de Rusia a los separatistas ucranianos y al régimen de Al-Assad en Siria, y la intromisión en las elecciones de EE. UU. Así pues, las condiciones para esta copa son malas.

Bajo la misma lógica, desde que se intensificó el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, se ha llamado a boicotear el Mundial en protesta contra la política exterior de Moscú. Aunque esto es apoyado únicamente por Ucrania, Islandia y el Reino Unido, muchos de los principales políticos alemanes, como el presidente federal Frank-Walter Steinmeier, el presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble, o el vicecanciller Olaf Scholz, evitarán la Copa del Mundo en Rusia. A pesar de este escenario, se puede considerar que hoy no hay boicot internacional, pero sí poca voluntad política de acudir al mundial.

Bajo este escenario oscuro, aún existen celebridades como Nuno Gomes, exfutbolista portugués, que insisten en que el fútbol no tiene nada que ver con la política y ambos temas deben tomarse como elementos separados. Esto permite que Rusia aún tenga esperanza en que una buena diplomacia deportiva pueda recuperar su prestigio. Por ello, la infraestructura y organización jugará un papel prioritario a pesar de la complicada situación económica en el país. Un ambiente de paz mundial se debe vislumbrar a pesar de los problemas internos del territorio ruso.

Latin American Post | Ana Gabriela Martinez del Angel

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