Las mujeres de El Salvador cosechan esperanza a través de la agricultura orgánica

En las zonas rurales de Comasagua, El Salvador, Carmen y Wali cultivan vibrantes huertos que alimentan a sus familias. Como miembros del proyecto agroecológico “La Canasta Campesina”, ejemplifican cómo la agricultura sostenible puede transformar comunidades desde la raíz.
De los huertos familiares a la abundancia comunitaria
Carmen López, de 52 años, y su vecina, Wali del Carmen Flores, de 51 años, viven en una franja de tierra azotada por el viento, donde el clima se mantiene agradablemente templado. A casi 30 kilómetros de San Salvador, se dedican a sembrar hortalizas que nutren a sus hogares y proveen productos frescos y asequibles a las comunidades cercanas.
En una entrevista con EFE, Carmen compartió cómo su camino en la agricultura comenzó con pequeños huertos caseros para alimentar a su familia. Once años después, cultiva tomates, pepinos, rábanos, lechugas, zanahorias, apio, cebollas y más. “Pongo mi corazón en seguir con este trabajo”, dijo, enfatizando que su enfoque orgánico produce cultivos más saludables. “Sabemos que estos vegetales son seguros. No nos hacen daño ni dañamos a nadie más”, señaló.
Desde el inicio, la capacidad de Carmen para producir excedentes llamó la atención de los organizadores locales. Pronto se unió a La Canasta Campesina, una iniciativa colectiva que distribuye canastas semanales de productos a consumidores en La Libertad y San Salvador. Estas ventas le brindaron un ingreso estable, dinero que le permitió criar a sus cuatro hijos. Según Carmen, dos de ellos han seguido sus pasos en la agricultura. “Empecé sola, luego mi hija se interesó”, explicó a EFE. “Ahora toda la familia está involucrada, lo que me llena de orgullo”.
Por su parte, Wali se unió hace siete años. Cultiva chayote (conocido localmente como guisquil), chiles y plátanos, además de vender huevos. Cuando EFE le preguntó qué la motivó a participar, Wali destacó la satisfacción de ver su cosecha alimentar a sus seres queridos y vecinos. “Estamos felices porque entregamos un buen producto, ganamos algo de dinero y vemos que estamos trabajando correctamente”, comentó. También señaló que la abundancia de productos de los huertos locales ayuda a mitigar la escasez de alimentos que a veces afecta a los mercados salvadoreños. Aunque productos importados de Guatemala, Honduras y Nicaragua inundan las estanterías, La Canasta Campesina demuestra la viabilidad de alternativas frescas y cultivadas localmente.
Empoderando a las mujeres a través de métodos orgánicos
El principio de La Canasta Campesina se basa en la agroecología: un sistema de cultivo sin insumos químicos dañinos. Carmen prepara su propio compost y fertilizantes orgánicos, asegurando que sus tomates y chiles prosperen en un entorno libre de químicos. Ha visto de primera mano cómo la transición a métodos orgánicos enriquece el suelo, protege la salud de su familia y preserva el ecosistema circundante. “Todo lo que necesitamos, la tierra nos lo da”, afirmó. “Solo tenemos que tratarla bien”.
Wali comparte estos sentimientos. Le dijo a EFE que la agroecología cambió la percepción de su familia sobre la agricultura. “Lo que consumimos está libre de químicos”, dijo. “Eso significa una vida más saludable para nosotros y para quienes reciben nuestros productos”. Ambas mujeres han notado que sus vecinos, intrigados por sus prósperos huertos, ahora preguntan sobre compostaje y control natural de plagas.
El creciente interés por la agroecología se extiende mucho más allá de un solo hogar. A medida que más familias adoptan prácticas orgánicas, la biodiversidad local florece: menos pesticidas significan más insectos polinizadores y el regreso de plantas nativas. Las historias de éxito de Carmen y Wali muestran que, con capacitación básica y apoyo confiable, los pequeños agricultores pueden mejorar su nivel de vida mientras fortalecen su conexión con la tierra.
Uno de los logros más significativos de La Canasta Campesina ha sido el empoderamiento de las mujeres en Comasagua. La mayoría de las participantes son madres y abuelas cabeza de hogar. Muchas comenzaron a cultivar por necesidad, para alimentar a sus hijos, pero pronto descubrieron que podían cosechar lo suficiente para vender. Esta independencia recién adquirida tiene un efecto multiplicador, permitiéndoles pagar la educación de sus hijos, invertir en infraestructura agrícola o ahorrar para el futuro.
La Canasta Campesina: Un modelo para la seguridad alimentaria
Oficialmente, La Canasta Campesina está dirigida por una cooperativa de diez mujeres locales. Como explicó a EFE su presidenta, Kasandra Portillo, el objetivo es mejorar la seguridad alimentaria en Comasagua y sus alrededores, proporcionando productos orgánicos a los “canasteros amigos”, es decir, clientes que ordenan canastas semanales. “Producimos más de 30 variedades”, comentó Kasandra. “Luego, según la demanda, planificamos nuestros ciclos de cultivo para garantizar que podamos entregar lo que nuestros clientes necesitan cada semana”.
La cooperativa ofrece canastas en tres tamaños: pequeña, mediana y grande, con precios de $20, $25 y $30, respectivamente. Estas incluyen vegetales de hojas verdes, tubérculos, plátanos y huevos. El contenido varía según la temporada, reflejando lo que los campos locales pueden proporcionar de manera sostenible. “Al final, La Canasta Campesina se convierte en un estilo de vida”, afirmó Kasandra. “Cuando producimos, nos alimentamos y generamos ingresos”.
Aunque el ingreso suele ser modesto, es significativo. Por ejemplo, las ganancias de Carmen le ayudaron a mantener a sus cuatro hijos, dos de los cuales ahora trabajan la tierra junto a ella. Mientras tanto, Wali ha reinvertido en su propiedad, transformando sus pequeños huertos en una fuente confiable de alimento. A través de ensayo, error y colaboración, ambas mujeres han aprendido nuevas técnicas de compostaje, conservación de semillas y gestión del agua.
El proyecto también ha llamado la atención internacional. Según Kasandra, el apoyo de Francia y España ha fortalecido la capacidad de la cooperativa para capacitar nuevos miembros, comprar equipo esencial y ampliar la distribución. Actualmente, se entregan alrededor de 160 canastas mensuales a una clientela estable, lo que alienta a los agricultores locales a continuar su labor.
Para Carmen, la decisión de cultivar alimentos orgánicos no es solo un esfuerzo profesional, sino un testimonio de resiliencia y esperanza. “Cuando comencé a sembrar, nunca pensé que esto alimentaría a tantas personas”, dijo, sonriendo al recordar cuánto han florecido sus campos desde entonces.
Wali, por su parte, cree que más comunidades en El Salvador pueden adoptar la agroecología para mejorar la nutrición y la autosuficiencia económica. “Es una forma de vida más saludable”, insistió. “Si respetamos la tierra, ella nos da todo lo que necesitamos”.
Mientras la cooperativa se prepara para su próxima temporada, sus miembros siguen decididos a demostrar que la agricultura a pequeña escala puede prosperar incluso en tiempos económicos difíciles. Cada nueva entrega de vegetales y huevos busca mostrar a las familias salvadoreñas que los productos frescos y libres de químicos pueden ser tan accesibles como los importados—y quizás aún más gratificantes para quienes los cultivan y consumen.
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En última instancia, las historias de Carmen y Wali subrayan cómo la agricultura sostenible puede transformar las economías locales desde la base. Al combinar el conocimiento tradicional con técnicas orgánicas modernas, estas mujeres no solo nutren la tierra, sino también un sentido de propósito compartido. La Canasta Campesina es un recordatorio de que la agricultura comunitaria y ecológica es posible, rentable y profundamente enriquecedora.