El inicio de las pruebas clínicas de la vacuna contra el Virus de Inmunodeficiencia Humana gracias a los avances que se han dado por el Coronavirus es evidencia cuarenta años de retraso.
Lo que sí se conoce y no es un secreto para nadie es que el VIH ha estado asociado directamente con la comunidad LGBTIQ + y se ha generado una estigmatización enorme alrededor de quienes padecen la enfermedad. Foto: LatinAmerican Post
LatinAmerican Post | Vanesa López Romero
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Read in english: Opinion: Two Different Ways of Tackling a Pandemic, the case of HIV and COVID-19
La pandemia por el Coronavirus puso entre la espada y la pared a científicos y médicos de todo el mundo. Como resultado se creó una vacuna en cuestión de meses y se puso en distribución a poco más de un año de haberse dado el primer caso de la COVID-19. Según Our Wolrd in Data un 27.1% de la población mundial ya ha sido vacunado. Si bien las variantes que han surgido del virus y la falta de vacunas en países pobres ponen en jaque el fin de la pandemia, estamos cada vez más cerca de eso que tanto hemos anhelado: el retorno a la normalidad.
Uno de los beneficios que trajo consigo la emergencia sanitaria fue la creación de las vacunas ARN mensajero, las cuales están siendo usadas para contrarrestar el Coronavirus, y tienen como objetivo proteger de enfermedades infecciosas a partir de enseñar a las células de quien está vacunado a producir una proteína que desencadene una respuesta inmunitaria en el organismo. Como consecuencia, las personas vacunadas están protegidas de presentar consecuencias graves en caso de infectarse.
Esta nueva tecnología está siendo utilizada en este momento para la creación de una vacuna contra el VIH/SIDA, un virus de transmisión sexual que ronda el mundo desde 1981, año en el que se presentaron los primeros cuadros sintomáticos de la enfermedad. Hoy, cuarenta años después, se calcula que aproximadamente 78 millones de personas han sido contagiadas, 42,2 millones han muerto a causa de la enfermedad y no se conoce con exactitud el número de personas afectadas por esta otra pandemia. La empresa de biotecnología Moderna ha confirmado que esta semana comenzarían las pruebas en seres humanos. La noticia ha dado la vuelta al mundo generando esperanza para todas las víctimas que ha cobrado este virus durante las últimas cuatro décadas.
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La estigmatización mata
Lo que sí se conoce y no es un secreto para nadie es que el VIH ha estado asociado directamente con la comunidad LGBTIQ+ y se ha generado una estigmatización enorme alrededor de quienes padecen la enfermedad. De hecho, en sus inicios, el virus fue nombrado "cáncer lila" y "GRID" (gay-related immune deficiency), como si se tratara una enfermedad que solo pudiesen tener las personas homosexuales. Y si bien la enfermedad ha afectado en su mayoría a personas pertenecientes a la comunidad LGBTIQ+, especialmente a los hombres gay y a las personas transexuales, esto no es porque este grupo poblacional sea biológicamente diferentes a la población heterosexual. Detrás de esto existe la presión de una sociedad marcadamente conservadora y puritana, en la que, si el sexo fuera del matrimonio es un escándalo, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo es una abominación.
La discriminación de las personas con identidades y orientaciones sexuales diversas provocó desinformación, pobreza y poco (o nulo) acceso a educación y los servicios de salud. En consecuencia, esto ha dejado cuarenta años de víctimas, no solo homosexuales, sino también heterosexuales y la invalidez de una enfermedad de la podría padecer cualquier ser humano independientemente de su sexualidad.
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¿Por qué una pandemia es más válida que otra?
La pandemia por la COVID-19 no es la primera pandemia que vemos en la era moderna. En el último siglo hemos visto la pandemia de la viruela (que hasta hace poco fue erradicada), la gripe española, la gripe asiática, el VIH, el virus de Ébola y la gripa AH1N1. Sin embargo, lo que hace tan relevante al Coronavirus es que, si bien su tasa de mortalidad no es tan alta en comparación a otras enfermedades infecciosas, su tasa de contagio es mucho más elevada. La rapidez con la que la infección llegó a la mayoría del mundo prendió las alarmas y en consecuencia nos encontramos con una vacuna, su distribución y aplicación en el lapso de año y medio.
Por supuesto que el avance tecnológico, científico y médico es lo que permitió en su mayoría que la pandemia de la COVID-19 se abordara de la manera en la que se ha hecho en términos farmacéuticos, pero también deja en evidencia que nuestra sociedad es poco empática y solo presta atención a una emergencia sanitaria que puede afectar a quienes son importantes, a quienes pertenecen a un círculo más alto en la jerarquía social.
Se me ocurre que si el virus por la COVID-19 se hubiese quedado solo en Asia, la estigmatización sería muchísimo mayor a la que ya existe. Y es que (al parecer) cualquier motivo es excusa para validar el odio hacia lo que es diferente, para validar, por ejemplo, la homofobia y el racismo.
Lo peor de todo esto es que la promesa de una vacuna contra el VIH no es la promesa de la empatía con aquellas personas que sufren de esta enfermedad. Falta mucho camino por recorrer, un camino que se ha hecho sobre cuarenta años de desinformación, estigmatización, muertes y vidas que son vistas como inválidas.